No soy tan fuerte como tú pareces creer -comentó él-.
Lo que estaba bien o mal había dejado de tener importancia para mí; pensaba regresar de todas maneras. Antes de que Rosalie me comunicara la noticia, yo ya intentaba sobrevivir como podía de una semana a otra, a veces sólo de un día para otro. Luchaba por pasar como pudiera cada hora. Nada más era cuestión de tiempo, y no quedaba mucho, que apareciera en tu puerta y te suplicara que me dejaras volver. Estaré encantado de suplicártelo si así lo quieres.
Hice una mueca.
-Habla en serio por favor.
-Lo estoy haciendo -insistió, tenía una mirada resplandeciente-. ¿Querrás hacerme el favor de escuchar mis palabras? ¿Dejarás que intente explicarte cuánto significas para mí?
Esperó estudiando mi rostro mientras hablaba para asegurarse de que lo estaba escuchando de verdad.
-Mi vida era como una noche sin luna antes de encontrarte, muy oscura, pero al menos había estrellas, puntos de luz y motivaciones. Y entonces tú cruzaste mi cielo como un meteoro. De pronto se encendió todo, todo se llenó de brillantez y belleza. Cuándo tu te fuiste, cuando el meteoro desapareció en el horizonte, todo se volvió negro. No había cambiado nada, pero mis ojos habían quedado cegados por la luz. Ya no podía ver las estrellas. Y nada tenía sentido.
Quería creerle, pero lo que estaba describiendo era mi vida sin él y no al revés...
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